domingo, 20 de marzo de 2011

No bombardeen Buenos Aires

El caso de Libia es uno más de una larga lista de gobiernos que respetan poco los DDHH. Sobre todo en esa región del mundo, donde la libre interpretación del Corán, le permite a algunos llevar a cabo todo tipo de guerra santa o purificadora de almas y espíritus.
Cada vez que un sector del pueblo, clan o etnia dominada, intenta romper las cadenas de la dominación, entra en juego la invocación sagrada y el llamado a aplastar dicho manojo de blasfemias.
Libia no es el único país de la región con revueltas populares. Es uno más.
Estos reclamos se vienen sucediendo desde hace un tiempo, cuando el pueblo egipcio salió a la calle a reclamar el fin del régimen de Mubarak. En la misma sintonía se encuentran hoy los pueblos de Bahréin y Yemen, por citar algunos.
En todos los casos el Departamento de Estado norteamericano ha pedido calma a los pueblos y ha negociado con esos gobiernos el “alivianar” la presión sobre sus ciudadanos, y solo en el caso de Egipto, cuando la intransigencia del pueblo en las calles  y plazas dejo en claro que no habría solución posible con Mubarak, solo allí, el equipo liderado por Hillary Clinton le “recomendó” al dictador su salida.
Sucede que todos esos países son “socios” (entiéndase serviles por socios, un eufemismo utilizado muy a menudo por los estadounidenses para definir a sus países esclavos) de EEUU, y el hacer algo para provocar las salidas de esos gobiernos les puede costar su relación “amistosa”. Y mucho peor puede ser la amenaza de la asunción de un gobierno de corte islamista y anti norteamericano.
Y se sabe que desde Roosevelt para acá, el presidente de un país subdesarrollado puede ser cualquier cosa, pero si “es nuestro hijo de puta”, no hay discusión ética o moral que valga. El tipo se queda en su lugar.
No es este el caso de Libia, por supuesto. Kadafi, Gadafi o como se llame, es un sujeto complejo. Y sin intención de entrar a definir a quien en distintos momentos de la historia se ha asociado con dios y con el diablo, lo cierto es que el sujeto no es una persona bien vista por el New York Times. Y no es por ser malo el que sea mal visto.
Videla, Pinochet, Stroessner, Somoza, Batista y hasta el mismísimo Sadam Husein en algún momento, cuando el peligro en oriente lo constituía Jomeini, eran tipos muy macanudos para el poder norteamericano, invitados a cuanto coctel se sirviera en la Casa Blanca.
Kadafi no es más ni menos que cualquiera de los nombrados. Sucede que Gadafi es díscolo, complicado y la civilización no puede confiar en el. No es ni mejor ni peor que los otros asesinos complacientes con Washington, sucede que este no es complaciente con Washington. Pero además tiene petróleo, y tiene mucho, y su país es uno de los principales productores mundiales, entonces la santa curia apostada en Wall Street no le perdona el que mate a su pueblo. Se conduele con los asesinatos perpetrados por este tirano y le exige al gobierno de los United States of America que actue en salvaguarda del petróleo, perdón, de las vidas de esos sujetos con turbante que no se les entiende bien lo que dicen, pero que importa, al fin y al cabo tienen petróleo.
Y ya se sabe, no es lo mismo el sufrimiento del pueblo libio que tiene petróleo, que el sufrimiento del pueblo hondureño, que tiene una selva de mierda toda llena de mosquitos.
Así las cosas, EEUU y sus socios: Francia, del que el pueblo argelino guarda un grato recuerdo, e Inglaterra, siempre presente en las plegarias de los irlandeses, han salido a rociar con bombas el suelo libio, siempre cuidadosos de que no afecten al pueblo libio, que sabe debe mantenerse alejado de ellas para no engrosar la gigantesca lista de daños colaterales, y esas bombas y misiles solo dejaran de caer cuando renuncie Gadafi o, al menos, cuando aparezcan las armas de destrucción masiva que Sadam tiene escondidas vaya a saber donde.
Así es la barbarie. Tiranos inescrupulosos que asesinan a sus pueblos.
Y así somos nosotros, la civilización occidental. Porque ojo, nosotros somos parte de la civilización occidental, a no mirar para otro lado que ya alguna vez fuimos con fragatas al Golfo.
Y seremos civilización occidental hasta que se acabe el petróleo, por lo menos.
Y seremos civilización hasta que en el mundo comience a escasear el agua y los alimentos.
Y allí dejaremos de ser civilización, y volveremos a ser barbarie, igualitos a Felipe Varela o al Chacho Peñaloza.
Y hasta tal vez nos imaginen con turbantes, como los sucios árabes de hoy.
Y como los habitantes de Trípoli, tendremos que esquivar las bombas.
Y nos esconderemos en el primer hoyo que encontremos, y mirando al cielo cantaremos todos tomados de la mano.
“No bombardeen Buenos Aires.”

Enrique “Gallego” Cal

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