martes, 15 de marzo de 2011

La Actual Juventud Argentina

La Presidenta CFK y la juventud en Huracan
Todas las instituciones pertenecientes a una sociedad responden a variables de explotación de una clase sobre la otra y por tanto al sistema de relaciones sociales que surge de tales condiciones materiales.

La represión sexual, como el dispositivo que posibilita la sumisión de una clase a las condiciones que se le imponen y como generador del miedo, recorre transversalmente el accionar de todas las instituciones. En tanto más irracionales son las relaciones de producción, más violentos son los mecanismos que necesitan las clases explotadoras para mantenerse en esa situación.
Cuando ciertos factores accionan sobre la estructura de poder de manera que la desestabilizan y los dispositivos convencionales utilizados para mantener el estatus quo no logran su cometido, se activan refuerzos cada vez más perversos para lograrlo. Las fogatas de libros prohibidos (y de sus dueños) son algo asiduo en la historia universal. El incendio de la biblioteca de Alejandría, con su bibliotecaria dentro, quizá sea el caso más conocido, pero no el único. En Argentina el ultimo refuerzo fue hace, tan solo, 36 años y todavía hay olor a quemado.

Las verdaderas consecuencias  de los hechos históricos no se muestran, sino, cuando las condiciones que estos generaron accionan estructurando la idiosincrasia de las generaciones venideras. Los 30.000 desaparecidos, el exilio de los mejores músicos, científicos, docentes y estudiantes, la quema de libros, y la destrucción sistemática de cualquier tipo participación civil reduce la población a una masa atemorizada de genuflexos, cómplices y participes en la masacre –por acción o por omisión- que educan a sus hijos en el “no te metas”, en el “por algo será”, en el “hace la tuya”. Amén.

Ya terminada la guerra comienzan los tiempos de “paz”, y aquella rancia estirpe de asesinos se mantienen en la sombra, atornillada a las estructuras burocráticas de los ministerios y de las instituciones educativas con diversos disfraces según lo amerite la época. Se mantienen tranquilos porque saben que hicieron un buen trabajo; que el hambre silencioso de los niños es suficiente para diezmar a las masas de mendigantes harapientos; han aprendido que el hambre no es violencia, pero que sí es violencia tratar de salvarlos.

Así, la juventud argentina carga sobre sus hombros los muertos de un genocidio del que no fue participe, pero del que sufre todas las consecuencias. Cada vez que la participación civil se hace presente en la vida de algún joven argentino, éste siente los aviones de la muerte sobrevolando el Río de la Plata, el olor a carne quemada que sale de los cuarteles, las balas de los fusiles que se estrellan contra un paredón. Siente el escalofrió de la muerte que le recorre cada vértebra de su columna.
 
La actual juventud argentina fue secuestrada, torturada y muerta junto a sus compañeros en el 76´, y así se mantuvo hasta que el pasado se hizo presente,  hasta que el peso de la memoria cayó sobre los genocidas, hasta que los cuadros se descolgaron, hasta que las madres se ataron los pañuelos, hasta que los hijos aparecieron, hasta que El Silencio se escucho, hasta que la historia nos parió muertos sobre nuestra propia tumba.

Por Facundo Gribaudo.
Estudiante de Sociologia UNVM
Militante de la JPK

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